Viendo la Duda por Lo Que Es
Cómo la duda distorsiona la claridad, y cómo enfrentarla con presencia.
Hay una confusión que se siente peor que estar perdido. Es la desorientación que llega después de la claridad. Después de todo el trabajo de romper patrones, recuperar la presencia y aprender a ver con claridad, la duda todavía puede aparecer. Has hecho el trabajo que la mayoría nunca hace. Has soltado los roles, los hábitos que ya no encajan. Te sientes más ligero, más libre, más enraizado. Y, aun así... la duda se cuela. No siempre grita; susurra. Y empiezas a cuestionar cosas de las que antes estabas seguro.
Esta es la contradicción del trabajo de presencia. Llegas a un punto de claridad y esperas que la certeza lo siga. Pero, en cambio, lo que a menudo llega es la duda. No siempre es ruidosa ni evidente. Se manifiesta como indecisión. A veces como una urgencia repentina de arreglar lo que hace cinco minutos no estaba roto. Te susurra suavemente: “¿Estás seguro?” Y esa pregunta, repetida muchas veces, nubla la mente.
La duda adopta muchas formas. Para algunos, es dudar de su capacidad para rendir. Para otros, es sobre su apariencia, su voz, su presencia. A veces es social: ¿Me aceptan? ¿Me respetan? ¿Pertenezco? A veces es existencial: ¿Es este el camino correcto? ¿He hecho suficiente? ¿Debería estar haciendo más?
Muchos vivimos con ese murmullo durante años. Para algunos, incluso durante décadas. Lo normalizamos tanto que el silencio, el verdadero silencio, se siente raro, no natural. En la tranquilidad, la duda se intensifica. No porque sea más fuerte, sino porque no hemos aprendido a relacionarnos con ella. Antes, la duda era la norma. Ni siquiera la notabas. Pero ahora, ves.
Para entender lo que la duda le hace a la percepción, esta metáfora me ha ayudado:
En la filosofía budista, la duda se compara con agua turbia. Cuando tu mente está clara, es como una piscina quieta: puedes ver tu reflejo, comprender lo que hay debajo de la superficie. Pero cuando la duda se agita, el agua se enturbia. No puedes ver con claridad. Tu percepción se distorsiona. Y las decisiones tomadas en agua turbia rara vez sirven.
He vivido con esa agua turbia durante años. En distintas etapas de mi vida, la duda usaba distintas máscaras:
En mi carrera corporativa, susurraba: “¿De verdad estás hecho para esto?” Dudaba de mi capacidad para liderar, crecer y tener éxito.
Socialmente, preguntaba: “¿Eres lo suficientemente agradable?” Dudaba de mi lugar en el espacio, de mi voz, incluso de mi presencia.
En lo cotidiano: “¿Este restaurante o aquel?” “¿Netflix o leer?” Como si esas decisiones menores fueran existenciales.
Y más recientemente, al cambiar de rumbo para construir algo nuevo, incluyendo The Anchor Report, regresó con formas más sutiles: “¿Esto está bien?” “¿Esto está funcionando?” “¿Te estás engañando?”
Pero esto lo aprendí a la fuerza: la duda no siempre se trata de resultados; muchas veces se trata de identidad.
Eso significa que la duda no solo aparece como “¿Funcionara esto?” o “¿Tendré éxito?” Suele ir más profundo. Pregunta: “¿Soy el tipo de persona que puede hacer esto?” “¿Merezco esto?” “¿Soy suficiente?”
Por eso desestabiliza tanto. Cuando la duda está ligada a la identidad, no se siente como un pensamiento pasajero, se siente como un reflejo de quién eres. No solo dudas del resultado. Dudas de ti mismo. Y esa confusión nubla tu capacidad de actuar con alineación, de confiar en tu instinto o de ver tu situación con claridad.
En vez de evaluar un reto, empiezas a evaluar tu valor.
La duda cambia constantemente de forma. Se adapta a tu contexto. Usa tu lenguaje. No discute, insinúa. Y si no la ves claramente, empiezas a creer que su voz es la verdad.
Pero la duda no es verdad. Es una reacción. Una respuesta del sistema nervioso. Un mecanismo de protección aprendido. Intenta mantenerte a salvo manteniéndote en la incertidumbre. Porque la incertidumbre, según te dice, significa que no asumirás riesgos. No caerás. No perderás.
Pero el proceso me ha enseñado diferente: la incertidumbre no es una sentencia. Y la duda tampoco.
La mente te dirá que esperes a que la duda desaparezca. Pero rara vez lo hace por sí sola. No porque no sepas más, sino porque la duda es parte del proceso. Aparece precisamente cuando estás por hacer algo que importa.
Lo que ayuda no es resistirla ni intentar eliminarla. No funcionará. Es nombrarla. Sentarte con ella. No obedecerla.
Pero solo si la ves por lo que es.
Cuando no lo haces, confundes la duda con sabiduría. Crees que dudar es precaución. Que el exceso de análisis es cuidado, mi especialidad. Pero en realidad, es el yo buscando autoridad externa. Quiere demorar. Quiere proteger. Quiere estar a salvo.
Pero estar a salvo no es lo mismo que tener claridad.
Cuando empecé a reconocer la duda como visitante y no como sentencia, todo empezó a cambiar. Me dije a mí mismo: “Ah, esto es duda. No es verdad.” Es una práctica simple, pero poderosa. Requiere trabajo. Hay que prestar atención. Hay que seguir observando.
Hoy aún siento duda. Antes de una publicación. Antes de una sesión de trabajo. Antes de tomar decisiones. Pero ahora sé que es parte de la curva. Significa que me importa. Significa que me estoy expandiendo. Y ahora, cuando la veo, se va más rápido.
Maneras Prácticas de Trabajar con la Duda
Algunas cosas que me ayudan ahora:
Nombrarla: Decir “esto es duda” en lugar de “esto es verdad” crea distancia.
Observarla: Notar cuándo aparece. ¿Es más fuerte cuando estoy cansado? ¿Con hambre? ¿Activado? Entonces no es sabiduría, es una señal de mi sistema.
Esperar: La duda se va más rápido cuando no luchas contra ella. Como toda emoción, es temporal.
Volver a la claridad: Mantengo un archivo personal con notas que me escribo en momentos de claridad total. Luego hablaremos más del poder del escribir. Cuando la duda nubla el momento, las releo.
El objetivo no es eliminar la duda, sino notarla, nombrarla y no dejar que te dirija.
Porque la duda siempre te preguntará: “¿Estás seguro?” Y tu trabajo es responder: “No. Pero aquí estoy igual.”
Eso es presencia. Eso es libertad.
Ancla
Cuando notes que la duda nubla tu visión, intenta esto:
Pausa. Di en silencio: “Esto es duda. No es verdad.”
Luego regresa a tu cuerpo. Respira. Permanece.
Pasará. Y lo que queda eres tú.
La Verdad Más Profunda Sobre la Duda
Aquí está la paradoja: cuanto más claro te vuelves, más pondrá a prueba la duda esa claridad. No porque estés equivocado, sino porque estás creciendo. La duda es el eco de antiguos patrones que quieren mantenerte pequeño. Aparece como la voz de la seguridad, no del sabotaje y te confunde. Pero cuando aprendes a verla por lo que es, recuperas tu poder.
La claridad no es un estado permanente. Es una práctica. Y la duda no es el enemigo, es el recordatorio de que estás vivo, que te mueves, que estás entrando en algo que importa.
Así que la próxima vez que la duda susurre: “¿Estás seguro?” sonríe y responde: “No. Pero aquí estoy igual.”
Porque así suena el valor, el coraje.
Así se siente la libertad.
Y eso es lo que hace que este viaje valga la pena.




